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Hay una visión que no pasa por los ojos

Magazine

10 julio 2006

Hay una visión que no pasa por los ojos

Aparentemente, el trabajo de Joachim Koester (Copenhagen, 1962) parece situarse cercano a ciertas tendencias de nueva objetividad fotográfica. Un ejercicio riguroso de apropiación y revisión de la realidad que, de forma conceptual y fría, nos enfrenta a la imagen de nuestro entorno y a lo que ésta implica a distintos niveles. No obstante, quizás lo más significativo del proceso de trabajo de Koester se encuentra en su insistencia por desvelar desde la imagen – ya sea fotográfica o fílmica – aquellos posibles relatos que quedan escondidos por el paso del tiempo y la historia en mayúsculas; es decir, aquello que se escapa de la visión “objetiva” y que sólo pervive desde posiciones marginales a lo establecido y aceptado.


En este sentido, la concepción de su obra se aleja voluntariamente de dichos postulados conceptuales para afiliarse directamente con una narrativa postromántica en la que el texto, la investigación y el análisis (casi científico) construyen un discurso paralelo y necesario para la interpretación eficaz de sus fotografías.

Como bien apunta el título de su exposición en el Centre d’Art Santa Mónica (CASM), comisariada por Jacob Fabricius, «Fantasmal» supone una colección de 7 proyectos que, formalizados desde la sala de exposiciones y con la fotografía como punto de partida, utilizan el texto – casi en formato de memoria o tesis del propio artista – para situar al espectador en unos contenidos que recuperan pistas ocultas situadas en los intersticios de aquello que es real y aquello no lo es.

Fantasmal habla por lo tanto de la existencia (y necesidad) de evidenciar – como otra forma de reconocimiento – los fantasmas presentes en la construcción de la historia. Fantasmal habla de aquello que queda fuera, de aquello imposible de legitimar y reconocer de forma empírica; habla de dudas y constataciones posibles; algo que, pese a la potencia visual de sus imágenes documentales, requiere de la presencia del lenguaje escrito para favorecer el nivel de aproximación y lectura que precisa su obra. De este modo, y de forma similar a la actitud del explorador o el científico, Joachim Koester investiga en profundidad ciertos momentos o situaciones (históricas, literarias, políticas, etc) que le permiten detectar señales invisibles escondidas en la historia oficial; señales que, por un motivo u otro, han quedado veladas con el paso del tiempo. Y es ahí, en esa obsesión por la búsqueda de otras posibles verdades y explicaciones donde reside la fascinación de Koester por aspectos oscuros y olvidados de nuestra cultura. Aspectos como el ocultismo, la magia, la locura, el estado de vigilia, las sociedades utópicas o las exploraciones frustradas (casi suicidas) de finales del siglo XIX. Ahí es donde se fusiona de manera efectiva realidad y fantasía, delirio y razón, documento y ficción; ahí es donde sus fotografías y textos invitan, seamos más o menos conocedores de las temáticas que aborda, a una aproximación atenta y detallada a la supuesta realidad.

La voluntad de aportar datos específicos, reflejo de sus complejas investigaciones, es lo que lleva a Joachim Koester a complementar sus fotografías y películas con textos de cada uno de sus proyectos. Una especie de diario o notas de trabajo que, finalmente sintetizadas en relatos – escritos en primera persona y con un alto valor literario (algo que lo desmarca claramente de una hoja de sala) – ofrecen un contexto de recepción concreto; algo que, sin impedir la lectura placentera de sus imágenes (dominadas por paisajes solitarios cargados de misterio, como en la serie Del viaje de Jonathan Harker, Los paseos de Kant o La mañana de los magos), invitan a un ejercicio de exploración sobre las microhistorias que pueblan lo real.

Fantasmal plantea un modelo inusual de documentalismo fragmentado, algo que le aleja de las corrientes convencionales de la fotografía conceptual.

En este sentido, la exposición en el CASM se articula casi como una especie de libro de ensayo dividido por capítulos que, de manera independiente pero sin perder en ningún momento la coherencia de su discurso, genera marcos de conocimiento específicos en los que, pese al protagonismo indudable de la imagen, el texto deviene una herramienta fundamental para entrar en su juego y descubrir así aquella visión que no pasa por los ojos; aquello que no vemos pero que, en cambio, está allí. Y así, siguiendo un ritmo de recepción a medio camino entre la imagen como documento y el texto como información, descubrimos la filmación de las fotografías casi abstractas de Andrée, Fraenkel i Strindberg en su expedición frustrada en globo al Polo Norte (aventura que acabó con sus vidas a finales del siglo XIX); los paseos diarios de Immanuel Kant por Königsberg, su ciudad natal, reproducidos fotográficamente a partir de las fantasías de su biógrafo Thomas de Quincey, reflejo además del mapa mental de una ciudad agredida y descompuesta por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial; los paisajes inhóspitos del valle de Bargau (Transilvania) siguiendo el relato imaginario de Bram Stoker en Drácula, evidenciando así la explotación urbanística y forestal de dicha región en la actualidad; o las imágenes silenciosas de las ruinas de La Abadía de Thelema, sociedad secreta basada en la magia y el esoterismo creada en Cefalú (Sicília) por Aleister Crowley en 1920, y clausurada tres años después por Mussolini debido a sus “actitudes indeseables”. En definitiva, relatos oscuros, desconocidos, dudosos u olvidados que Koester recupera de forma ágil, sin didactismo naif ni intelectualización premeditada, para construir así un imaginario conceptual repleto de referentes históricos que precisamente le permiten cuestionar la propia noción de historia.

En este sentido, más que utilizar el formato de la fotografía y sus posibilidades de percepción, Fantasmal plantea un modelo inusual de documentalismo fragmentado, algo que de nuevo le aleja de las corrientes conceptuales. Un recurso formal en el que, pese a entender imagen y texto por separado, ofrece una lectura global para cuestionar algo que, desde los espacios dedicados al arte, no siempre estamos dispuestos a conceder: Tiempo de atención, compresión e interpretación; es decir, tiempo para dudar de lo que vemos. En definitiva, tiempo para descubrir que en la historia, a veces lo irreal era lo real, o viceversa.

David Armengol (Barcelona, 1974) es comisario independiente y combina su práctica curatorial con otras actividades paralelas como la gestión cultural y la docencia. Le interesa especialmente la música, la naturaleza y el relato, pero desde el ámbito del arte contemporáneo. Es decir, no sabe tocar ningún instrumento, no es un gran aventurero y no domina el arte de narrar. En cierto modo, le basta con que sus pasiones sonoras, paisajistas y narrativas convivan en el formato de una exposición. Por eso siempre piensa en artistas.

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