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Vete al cine

Magazine

06 febrero 2013

Vete al cine

El otro día me encontré en medio de una terrible discusión. Seguramente fue causada por el sueño acumulado y la cerveza esa de fermentación espontánea, porque se trataba de una de aquellas discusiones en las que todos compartíamos bando. Hablábamos de la imposibilidad del cine -o mejor dicho, de la imagen en movimiento- de ser ficcionado. Vamos, de lo intrínsecamente no-real del vídeo aunque (o sobretodo) éste sea documental. Del pacto ficticio de realidad que allí se establece.

Y mientras uno se enervaba recordando el extremo al que llega Kossakovsky, quien trasciende hacia los enfermizos límites de manipular a su propio hijo privándole de cualquier superfície reflectante para, a los dos años de edad, poder grabar la reacción de éste ante su propia imagen en el espejo -esperando que Svyato hubiera recaudado lo suficiente para pagar una buena terapia- el otro se ponía aún más furioso, daba un golpe ebrio en la mesa, y sacaba a relucir el pecado primigenio: Los Lumière y su salida de la fábrica.

Un plano observacional. Tan naïf. Tan libre. Tan espontáneo. «¡Y una mierda! Mirad, mirad. Sin hablar de la evidente elección técnica, fijaros. En el primero, que es realmente el segundo, la salida no es limpia. Ahora pon el último. Exacto, ¡tempo!«. La salida, con la abertura y cierre de puertas, empieza y termina dentro de los 46 segundos de cinta. Qué casualidad. La gente sale por los lados, deprisa, bien ¿Puede ser que ya nadie se ponga en planos cortos? Y entonces ¡pam! lo ves: hay gestos raros, se suceden cambios de sentido, una mujer tira del vestido de otra -«Hey, que es por allí«- mientras otras se ven rezagadas y aceleran el paso.

«No hay duda. Aquí hay dirección«. Y en esas me vino a la cabeza León Siminiani.

Elías León Siminiani no necesita presentación -y en todo caso, su prolífica y apabullante trayectoria está a dos clicks de cualquiera. El otro día vino al Xcentric que organiza el CCCB reventando el aforo; y es que este 2013 nos trae su primer largometraje, Mapa que consiguió una nominación a mejor documental en los Goya, el premio a mejor documental europeo en el festival de Sevilla, y el premio del jurado por Mejor Opera Prima en el REC, ya antes de su -mientras escribo estas letras- inminente estreno.

En Mapa, Siminiani continúa situándose en los márgenes de la no-ficción y encarna el cliché del ya-no-tan-joven cansado de su trabajo -recordar que estuvo en series de televisión juveniles- del que encima le echan y que, en un arrebato, decide viajar a lo mochilero por la India a buscar lo que los Beatles: limpieza mental. Y bueno, para encontrar su primer largometraje, claro.

A medio camino entre la película, el documental y el diario personal, el viaje de ida y vuelta de Siminiani también empieza con un agujero bajo el suelo. Aunque esta vez sea una parábola vital del Madrid que deja y retoma. Tratando en su recorrido los grandes temas fundacionales; paseando por las laberínticas reflexiones sobre el amor y desamor, sobre el viaje, sobre la vida, sobre lo real y no real, sobre el descubrimiento personal… y sobre el cine.

Si fuera rico sería filántropo. O eso afirma. Nosotros no estamos muy seguros. Dice que como nadie le ha dado aún esa oportunidad, se dedica, ahora que puede, a celebrar la mediocridad y el anonimato. Durante el día teclea y aprovecha la tranquilidad de la noche para construir un refugio por si finalmente no llega el apocalipsis.

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