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Las crisis como fuente de inspiración

Magazine

15 enero 2013
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Las crisis como fuente de inspiración

El pasado 21 de diciembre en la Jornada de debates de AAVC sobre el sistema de arte en Catalunya, “Crisi, incertesa i oportunitats”, Carles Guerra, comisario del MACBA, refería un comentario recibido años atrás: “Barcelona está muy bien equipada” –le decían– (…) hemos vivido un cierto estado de bienestar, “sin embargo, algo le falta a la producción, no sabía decir si sufrir una crisis o padecer un drama para que el arte tenga un valor añadido”.

¿Pero qué sucede realmente en un contexto en crisis? La crisis afecta lo institucional y cambia el código de heteronomías que rigen el campo del arte, que por sí solo nada podría, y que siempre ha necesitado la intervención de otra esfera (paradoja) para poder mantener cierto grado de autonomía, ya se trate de la esfera política o económica, sus dos grandes enemigas y aliadas.

En países del llamado primer mundo se ha vivido un sistema institucional público y una red estatal de ayuda a la producción artística que en muchos casos ha logrado suplantar, mediante becas y apoyos institucionales, los mecanismos de consagración mercantiles. Su desaparición repercute en las condiciones de autonomía del campo y en el status mismo del artista, al margen de que pudiera también desempeñarse en otras áreas, como en la docente.

La crisis afecta a este sistema, y también a sus redes de consagración y legitimación. Vivimos en un momento de tránsito en el que está desapareciendo el sistema socialdemócrata que utilizaba la cultura como un capital simbólico de gran importancia para el desarrollo de la sociedad y la economía, un paradigma de investigación y pensamiento con proyección universalista, y se está sustituyendo por un modelo neoliberal que exige a la cultura una productividad más rápida.

A muchos de los ponentes del debate en Hangar les parecía que el agente independiente está llamado a salvar el arte, debido a su capacidad de generar una “acción al margen”, o sea, capacidad de gestión fuera de la institución y con conexiones fuera de las fronteras regionales. La crisis no sólo sirve como fuente de inspiración cambiando la producción de sentido de las mismas obras, sino que empobrece la realidad circundante a un extremo que obliga a mirar más allá y a instituir redes internacionales que sirvan de soporte a la creación. La transterritorialidad se vuelve una cuestión de supervivencia, más que una simple vanidad por el reconocimiento internacional o de ilusión de jugar otra primera división. Este tema también nos lleva a otro dualismo de subversión y hegemonía, donde los entes y agentes individuales son los llamados a enfrentarse a la crisis institucional, encarnando también un rol liberador con cierto toque subversivo.

Usualmente, en los países en crisis, es el mercado o los mecanismos internacionales de consagración los que le otorgan al artista (al comisario, al agente) ese intersticio de libertad que le permite desligarse de la realidad local lo suficiente como para hacer demoledoras críticas al sistema y erigirse como agente “cool”, subversivo y mordaz, capaz de llenar el vacío institucional.

Hace poco, comentaba sobre los acuñados “nuevos” movimientos artísticos de los países ex-comunistas, que han experimentado como en ningún lugar, una furia mercantil que pasó de someter el arte bajo la tutela del Estado a la tutela del mercado. Pese a las diferencias, se trata de un tránsito en el campo del arte que de repente lo reconoce como espacio de negociación, donde el artista, excelente aprendiz del diabólico juego de premio y castigo, opta por una manipulación de fórmulas que le quita terreno a la investigación y se lo cede a la puesta en práctica de recetas de probado éxito internacional, donde ya no se le habla a una audiencia local sino a un público internacional. Esto le obliga, en ocasiones, a hacer uso de un arsenal de temas de probada eficacia y a una traducción y simplificación de lenguajes.

El futuro responderá con qué grado de autodeterminación contará el individuo, el agente artístico para sí, de qué manera se van a construir esos núcleos de gestión independiente y qué mecanismos de consagración lograrán sobrevivir y responsabilizarse con la investigación y el trabajo serio e inconforme. Aunque para entonces ya quizás no podremos discernir cuándo los artistas nos estarán hablando de un drama sincero y cuándo de una situación “favorecedora” que inserte a la obra un valor añadido.

Mabel está convencida de que todo se construye siguiendo normas que regulan nuestro quehacer: la identidad; los patrones de comportamiento social; la membrecía pública; o los paradigmas que rigen la práctica artística y curatorial. Piensa que desarrollar un profundo sentido crítico en todo lo que hacemos nos lleva a preguntarnos hasta qué punto estamos dispuestos a cuestionar estos patrones y reglas, aunque sólo sea para entrar en otros esquemas.

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