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«Buenos Aires no existe. Apenas una ciudad de provincia llena de gente rica sin el menor gusto»

Magazine

09 febrero 2009

«Buenos Aires no existe. Apenas una ciudad de provincia llena de gente rica sin el menor gusto»

Buenos Aires, una de las ciudades en las que Marcel Duchamp se refugió de la Primera Guerra Mundial, también una ciudad en la que se retiraba del arte para dedicarse al ajedrez, y una ciudad sobre la que este icono del arte del siglo XX no hizo declaraciones precisamente amables, ahora acoge una gran exposición del artista en la Fundación Proa. Una exposición que, por otra parte, poco dice de la compleja relación de Duchamp con la capital porteña.


«Buenos Aires no existe. Apenas una ciudad de provincia llena de gente rica sin el menor gusto»: escribía el famosísimo Marcel Duchamp sobre sus inquietudes de la urbe que lo alojo durante su auto exilio para escapar de su posible envío a componer las tropas norteamericanas en la Primera Guerra mundial.

Duchamp estuvo diez meses en Buenos Aires en un viaje elegido a manera de huida de su probable alistamiento, corría septiembre de 1918 cuando él y su compañera deciden este destino sudamericano.

Actualmente la Fundación Proa de Buenos Aires ha inaugurado una interesante muestra del artista, comparable en su importancia a la realizada en 1977 en el Georges-Pompidou de Paris, según palabras del actual Embajador de Francia en Argentina.

Duchamp es y será, uno de los artistas “puerta” del siglo XX, es decir uno de los que se arriesgaron a pensar el arte fuera de sus límites, además de cuestionar la institución en sí.

Durante su “retiro” en Buenos Aires el artista escribe una copiosa correspondencia a sus familiares, amigos artistas y mecenas que figura actualmente en los cuidados catálogos que acompañan la muestra, y esta custodiada en estado real en el Archivo de Arte Americano en el Instituto Smithsonian de Washington DC, en USA.

En las cartas Duchamp se explaya sobre sus impresiones relacionadas a Argentina y sus habitantes: “no hay nada en esos hombres y mujeres negros que me recuerde a New York”, y a las ocupaciones que se inventa en esa ciudad: “la comida es maravillosa”, “Nada de bailes públicos!”. Además de lograr, tras intensa búsqueda, la posibilidad de poder jugar como diez horas por día al ajedrez en un club local dedicado al tema. Para resumir: descansa, piensa, deja de tener la vida nocturna neoyorquina, realiza cuatro obras fundamentales y espera hasta que la guerra termine para poder volver a Paris y a NY.

La sociedad Argentina ni se entera que el ya famoso artista, en esos momentos unos de los precursores del cubismo, está en su ciudad transitando la vida porteña.

Con este contexto histórico desde mediados de 1918 hasta junio de 1919, cuando retorna a Europa, Duchamp pisa y siente Buenos Aires. Lo hace como muchos de sus amigos que desde USA eligen el mismo destino para estar lejos de las problemáticas que atañen a la guerra.

En esta gran muestra, que coincide con las reformas edilicias de la Fundación Proa (www.proa.org), se pueden ver ready mades, libros de artista, fotografías, videos, notas, y diferentes obras. Para el que jamás haya transitado la obra del artista es una exposición bastante completa, muy bien montada y con normas internacionales preestablecidas.

Lo seductor tal vez sea especular que una muestra de este conceptual por esencia, en un contexto que lo albergo evitando los problemas de la Primera Guerra, genera un diálogo entre obra e historia del artista en el contexto que es agudamente atrayente.

Los analistas elucubran: ¿porqué eligió este destino y no otro?, ¿qué lo trajo a Sudamérica?, ¿qué hacía en Buenos Aires además de comer bien, intentar hacer una exposición de cubismo que no prosperó y jugar mucho al ajedrez?
Al llegar a Buenos Aires el cosmopolita Duchamp se da cuenta que la ciudad es un símil europeo, pero que de arte contemporáneo no se sabe mucho y piensa en realizar un gran muestra de cubismo, para lo cual contacta a sus amigos galeristas y coleccionista, los cuales, de haberle prestado la debida atención habrían ayudado a cambiar la historia del arte argentino, eso no sucedió.

Así el artista se ocupa de su “descanso” elegido, hace lo que mas le gusta que es pensar y jugar al ajedrez, además de producir un pequeño número de obras. Buenos Aires, era en la época una ciudad cosmopolita y exótica que podía atraer a ricos e intelectuales para gozar de buenas comidas o vida tranquila de provincia.

La exposición de Proa nada muestra sobre estas consideraciones históricas que estoy relatando, salvo en las investigaciones teóricas de los catálogos, es decir, que sí uno transita las obras del artista sin leer sobre su vida e historia verá maravillosas piezas de su penetrante producción. Las que realiza en Buenos Aires son cuatro, “Para mirar (el otro lado del vidrio) con un ojo, de cerca, durante casi una hora” que es un ensayo para la parte inferior del “Gran Vidrio”, el experimento óptico “Esteroscopia a mano”, un juego de piezas de ajedrez (cuyo caballo lo realizó un ebanista de Buenos Aires) y el “Ready Made infeliz” que es el envío del regalo de bodas para su hermana Suzanne la cual se casa con el ex marido de su esposa –Ivonne Chastel-, el pintor suizo Jean Crotti. Duchamp les envía el ready made de regalo con algunas instrucciones que consistían en tomar un libro de geometría, colgarlo en el balcón para que el viento lo mueva como quiera y así “elija sus propios problemas”, hasta deshojarse. La obra fue probada en un balcón en Buenos Aires y luego, en 1920, su hermana Suzanne realiza una pintura referida a este obsequio que titula: “El readymade infeliz de Marcel”.

Durante la estancia de Ivonne y Marcel en Buenos Aires, también fallece el hermano del artista (octubre de 1918) de envenenamiento de la sangre, o septicemia, en un hospital de Cannes, lo cual le produce gran dolor.

El excelente catálogo producido por la Fundación Proa para la muestra, de bajo costo y de inmejorable nivel teórico y editorial, presenta seis textos sobre el artista, una recopilación de su correspondencia en Buenos Aires y una entrevista a Jacqueline Matisse Monnier, hijastra de Duchamp y nieta de Matisse, en donde ella dice sobre Duchamp: “Le gustaba mucho por ejemplo hacer girar la rueda de la bicicleta, hacerla girar para imaginar, para trabajar. Eso lo ayudaba a pensar”.

Tal vez esta sea la razón por al cual la mencionada obra es un objeto tan simple como atrayente, que resume lo que Duchamp cavilaba sobre el arte.

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